Yo despierto cada mañana con su cara respirándome y toco su nariz con la yema de mi dedo
y sus ojos tienen la fuerza para enardecer cada rincón,
cada última tentación de querer dormir cinco minutos más.
Tomo su mano y sin darnos cuenta lo levanto para la primera conversación de miradas
que dura lo que tardamos en reconocernos.
Desayunamos estrepitosamente, quizás un café o un vaso de agua.
Rompemos el aparente silencio para la arcaica despedida.
Cada adiós es un hasta siempre.
Revuelo de palabras.-
domingo, 21 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario